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El mito de Perséfone al leerlo por primera vez pareciera ser un relato relativamente sencillo de comprender y uno podría llegar a concluir que simplemente es una alegoría que indica el ciclo de las estaciones anuales. Efectivamente, a partir de esta historia alegórica se puede extraer una equivalencia con el paso de las distintas estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. Pero sumergiéndonos un poco más profundamente dentro de sus aguas simbólicas, ciertamente resulta ser una fábula sumamente compleja, en la cual intervienen una gran cantidad de símbolos, cada uno de los cuales aporta su distintivo matiz que insufla a la historia de una ingente riqueza simbólica, a partir de la cual podemos extraer muchas enseñanzas.
Parece ser que detrás de esta historia, según nos relata el poeta Ovidio y, como impulsores de la misma hallamos, por un lado, al irreverente Eros (Cupido), quien simboliza la atracción sexual, el deseo, el amor y el sexo, y, por otro lado, a Afrodita (Venus), diosa que simboliza el deseo, el amor, la reproducción y la belleza, quienes les jugaron una mala pasada a hombres y dioses cuando Afrodita permitió que su hijo disparara uno de sus famosos dardos al dios del inframundo Hades (Plutón), cuyo nombre sugiere el significado de “el que no ve”; pues bien, después de semejante flechazo, el poderoso dios del mundo subterráneo, el cual dicho sea de paso también se denomina con el nombre de este mismo dios, adquiriendo el sentido de “el lugar no visto”, de pronto pudo ver claramente, ahora arrobado por la belleza de la joven diosa Perséfone, Coré, la muchacha o doncella, hija de Deméter (Ceres) y de Zeus (Júpiter). De manera tal que la influencia de Eros y Afrodita, que ya se dejaba sentir y se conocía en los reinos del cielo y del océano, incluso en el reino oscuro de Hades, también se conocería y así, el poder del amor sensual extendería sus dominios. Un poder que obnubila la razón y hace desmerecer a cualquier otro poder, incluso como en este caso, el del vetusto y sempiterno dios oscuro de ultratumba.
Podríamos decir que el amor dentro de este contexto se refiere a una fuerza que implica un deseo y una atracción sensual, y es este motor el que impulsa a Hades a cometer el acto de, por la fuerza, apropiarse de Perséfone. Esta fuerza del amor sensual se constituye en una atracción que de alguna forma logra unir a dos opuestos, por una parte a Hades, quien representa al mundo de los muertos, y, por otra parte, a Perséfone que de cierto modo representa a la Naturaleza dadora de vida, fructífera, siempre posibilitando la creación de nueva existencia. De esta manera, es que se puede afirmar que la velada muerte se alimenta de la enérgica vida y, también, que la vida se nutre de la muerte, creándose un balance armonioso entre ambos extremos, los cuales son dos aspectos que pertenecen a una misma realidad. Porque la vida y la muerte sólo se pueden concebir una al lado de la otra, como complementos cada una de la otra. Son partes no escindibles de la misma realidad; pueden ser interpretados como gradaciones distintas que son parte de una misma realidad existencial.
SIGNIFICADO DEL NOMBRE DE PERSÉFONE
Muy bien, volviendo al mito, Perséfone quien fue llamada primero Coré, que significa “la doncella o la muchacha”, era pura y hermosa. Es decir, sus primeras cualidades indican el estado primigenio de la Naturaleza, digamos que su esencia primordial, todavía no contaminada por el toque artero de la muerte. Por su parte, el nombre Perséfone significa la que trae o que provoca la destrucción (se le denominaba Proserpina entre los latinos), así que, una vez que su cualidad primordial se mezcló con otros elementos extranjeros a su condición germinal, esta diosa deja de ser sólo la doncella para convertirse también en la destructora; realiza dentro de sí una comunión de esas dos características.
Ahora bien, el significado de su nombre, Perséfone, está íntimamente relacionado con su condición como Reina del Hades, dado que nadie puede morir hasta que ella le corta un cabello de su cabeza. Primero es la doncella pura y llena de posibilidades de vida y luego, la destructora, quien concede el don de la muerte. Al unirse Perséfone a Hades en indisoluble matrimonio, la Naturaleza que da vida también puede arrebatar la vida que ha concedido. No podemos decir que la joven diosa pierda sus antiguos atributos, sino que a estos se añaden otros que equilibran la balanza, de modo que no sólo haya vida, sino que al lado de esta, también esté presente la muerte.
Recordemos que ella, la diosa Perséfone, es hija de Zeus, dios del cielo fecundante y de Deméter, la diosa de la tierra, pero se trata de la tierra fructífera, la que produce abundancia de frutos. Esta condición de ser hija del cielo y de la tierra, ya indica de alguna manera su cualidad de síntesis de esas dos fuerzas que la engendraron y gestaron, la empírea o espiritual y la telúrica. Nuevamente hallamos aquí una síntesis de dos opuestos, los cuales en el fondo, ciertamente no lo son, porque se llegan a complementar en la personificación de esta nueva diosa. Lo que indica tácitamente, además, que en realidad estas dos fuerzas no son opuestas, sino por el contrario complementos mutuos que se integran dentro de la misma realidad y que pertenecen a ella misma, es decir, gradaciones diversas de esa realidad esencial y existencial.
Perséfone es entonces una diosa que armoniza en ella misma el espíritu y la tierra o materia. El espíritu es la fuerza que anima la vida y la materia el canal que permite el desenvolvimiento de la fuerza espiritual. Digo que esta diosa es una síntesis que armoniza, porque de esa unión surge una tercera fuerza, la cual tiene elementos de las dos fuerzas progenitoras y que además produce vida; está constituida por cualidades de sus padres, pero no es ni una ni otra y es más que la sola combinación de ambas, por lo tanto, se trata de una nueva fuerza diferenciada e individualizada: es la Naturaleza en todo su espectro creador y destructor, la cual tanto dispensa la vida como la quita.
Es interesante señalar aquí un paralelismo entre esta diosa, Perséfone y la condición vital humana. El ser humano también es una síntesis integradora entre la fusión del espíritu y la materia; en esencia inmortal pero, ligado o encadenado a la efímera mortalidad de la materia. El hombre como especie nacida de la Naturaleza, vive en sí mismo, cada día, en el decurso de su experiencia cotidiana, la vivencia de la vida y de la muerte. Como hijos que somos de la Naturaleza y del averno, estamos emparentados con Perséfone y Hades, y por intermedio de ellos, relacionados con el Cielo y la Tierra, y, así, en nuestras venas fluye la divinidad y la aptitud de ser tanto creadores como destructores.
Como ya se mencionó en los párrafos que preceden, esta diosa se hizo reina de los infiernos al desposarse con su tío Hades, quien la había raptado y trasladado a sus dominios en su carruaje, al aprovechar una ocasión en la que recogía flores. Se suele decir que dichas flores eran amapolas, sagradas para Deméter, pero también importantes para Hades, las cuales simbolizaban el sueño y quizás el sueño de la muerte; aunque se mencionan también las violetas y las azucenas. La flor de la violeta tenía en la antigüedad una connotación de duelo o afección continua por los fallecidos, además su color oscuro era indicativo de sangre derramada, aunque su delicado aroma aporta una connotación pacífica. La azucena desde tiempos antiguos se asoció con la pureza, la inocencia y la castidad.
EL RAPTO DE PERSÉFONE
En el Himno Homérico a Deméter se relata que Coré fue raptada mientras se disponía a recoger también en la pradera brillantes narcisos, pero también se mencionan rosas, azafrán, violetas, gladiolos, jacintos, todos los cuales la tierra hizo brotar para halagar a los dioses. El narciso tiene una connotación interesante, representa la frugalidad de la belleza, la transitoriedad de la vida y hasta el egotismo o amor a sí mismo (esto lo podemos deducir a partir del mito de Narciso y la ninfa Eco), porque son flores muy hermosas, pero de una vida muy breve. De manera que tanto la amapola, como la violeta y el narciso están relacionadas de alguna forma con la muerte; por su parte, la azucena simboliza la inocencia del estado primigenio, no corrompido aún por la muerte, el cual describía la condición que tuvo Coré antes de su unión con el dios del inframundo. Se descubren entonces, muchos significados dentro de este mito que apuntan siempre a la inevitable unión de la Naturaleza con el inframundo.
No deja de ser curioso que se mencione en este mito que ha Perséfone se le haya raptado (de hecho, muchos mitos de la antigüedad relatan situaciones de rapto y violencia semejantes), es decir, que para que Hades pudiera llevar a cabo su himeneo, tuviera que ejercer violencia sobre la doncella pura, para así convertirla en la diosa del inframundo, quien causa la destrucción. Esta circunstancia puede indicar que aún cuando hablemos de fuerzas que se complementan entre sí, no deja de haber un cierto grado de oposición, es decir, la armonía no puede ser absoluta, sino que cabe la posibilidad siempre de que la unión forzada se llegue a desintegrar o disolver. En todo caso, según el Himno Homérico a Deméter, parece que a Hades no le costó mucho convencer a Coré de que se casase con él; solo tuvo que mencionarle que sería un esposo digno por ser hermano de Zeus y que mientras ella estuviera con él, sería reina soberana, lo cual le agradó mucho a la joven. Al escuchar estas palabras la joven diosa se alegró y antes de partir tomó un grano de granada dulce mezclado con la miel que el soberano le ofreció furtivamente, porque así sabía que tendría que regresar.
Pues bien, antes de que sucediera el rapto, la hermosa diosa recogía flores en un prado de la campiña de Sicilia (en la llanura de Nisa) y se había alejado de sus amigas. Parece ser que estaba con las Oceánides, quienes eran unas ninfas hijas de Océano y Tetis, cada una de las cuales estaba asociada a una fuente, estanque, río o lago. Este hecho indica que Coré, estaba relacionada con los manantiales de agua, que son fuentes alrededor de las cuales la vida pulula. Su condición y cualidad inicial era la de dispensadora de vida, pero esta característica debía nivelarse o equilibrarse de alguna forma, quizás de ahí la necesidad de que posteriormente deviniera como cualidad adicional, en diosa del infierno.
El Himno Homérico relata también que cuando Perséfone se disponía a recoger el narciso, se abrió la tierra ante ella y de la hendidura surgió Hades con sus yeguas inmortales. Hades procedió a raptar a Perséfone, ella gritó, pidiendo ayuda a Zeus, pero el crónida tonante no la oyó desde su lejano templo; según parece, Zeus ya había dado su consentimiento previo a Hades, para que éste se uniera a Perséfone. Hades llevó a la muchacha a su reino bajo la tierra. De esta manera, el cielo o espíritu permite que la muerte y la vida se unan, aún cuando hay resistencia inicial a esta unión, quizá para así permitir un cierto dinamismo en la unión de modo que la vida material se pueda desarrollar y evolucionar.
Cuando Hades rapta a Perséfone, la ninfa Cíane, la ninfa de Siracusa, surge del lago y le recrimina su acción para que no ejerciera violencia sobre la doncella ni la obligara a consumar el himeneo por la fuerza, y de este modo, hacerla su esposa, aunque él la ignora. Despechada y apenada, Cíane lloró tanto que su sangre se convirtió en agua y ella misma se disolvió en líquido (este hecho lo relata Ovidio en su obra La Metamorfosis). Cuando Deméter, la desconsolada madre vino a buscarla, después de oír el grito de la angustiada joven, la muda Cíane lo único que pudo hacer fue mostrar por encima del agua la guirnalda perdida por Perséfone.
De toda esta mala experiencia de la que fue víctima la joven diosa hubo otros dos testigos: sólo escucharon sus lamentos Helios, el sol que todo lo ve, y Hécate, diosa de la oscuridad y la hechicería. Interesante que dioses que representan dos opuestos hayan presenciado este evento, por un lado la luz y por otro lado la oscuridad. Uno que trae a la luz todo lo que acontece en la tierra y otra que oculta bajo el velo de las sombras lo que ocurre en la tierra. Quizás por su simbolismo mágico que promueve la ocultación de los secretos que acontecen, es que Hécate haya remitido a Deméter hacia Helios para que éste como luz que revela lo oculto le relatara a la diosa de la tierra qué sucedió con su hija y quién la raptó.
Otro relato menciona que Deméter al oír el eco de la voz de su hija en el mar, se despojó de su tocado y recorrió la tierra durante nueve días sin comer ni dormir alumbrándose con antorchas (uno de los símbolos asociados a Perséfone). Un relato semejante menciona que al oír el grito de la angustiada joven, Deméter vino a buscarla y no la encontró ni a ella ni el rastro del raptor, por lo que desconsolada vagabundeó, mientras los campos quedaban estériles por el dolor de la diosa. En el décimo día se encontró con Hécate, quien la remitió a Helios. Seguidamente, ante el ruego de Deméter, Helios le reveló quién raptó a su hija y culpó a Zeus, quien había dado permiso a Hades para tomar a Perséfone como su esposa.
Deméter airada y transida de dolor, se negó a permanecer en el Olimpo y se internó en el mundo de los mortales disfrazada como una anciana cretense de nombre Doso. Después de varias experiencias, las cuales vivió entre los mortales en Eleusis, de nuevo apenada por la pérdida de su hija, descuidó sus deberes, decidió detener las cosechas y provocó una gran carestía y sequía en el mundo. Zeus y los demás dioses le rogaron que permitiese que los cultivos creciesen, pero ella se negó y amenazó con matar de inanición a la humanidad si no volvía a ver a su hija.
Zeus cedió ante estas amenazas y ante la posibilidad de la muerte de la humanidad, y confió a Hermes (Mercurio) la misión de rescatar a Perséfone, pero como ella ya había probado la comida de los muertos, representada en los granos de granada, que además eran considerados símbolo del vínculo matrimonial indisoluble, no pudo devolverla a Deméter, porque al comer de la granada ya estaba condenada al mundo de las tinieblas.
Otro relato indica que Perséfone desoyó el consejo de su madre y antes de abandonar el mundo de las tinieblas comió los granos de granada que le ofreció el dios infernal como regalo y por haber comido quedó obligada a no poder abandonar el inframundo para siempre. Por otra parte, como ya se mencionó en líneas atrás, a Hades no le costó mucho alegrar a la joven diosa, lo que de alguna forma implica una aceptación tácita por parte de la diosa. En otro orden de ideas, desde un punto de vista socio-histórico, quizás esta historia del rapto explica una costumbre entre los pueblos de la antigüedad, de raptar, arrebatar a las mujeres de sus hogares, de manos de sus progenitores, para formar con ellas, aún por la fuerza grupos familiares.
Hades, sin embargo, por decreto de Zeus, admitió una solución que suponía un compromiso para ambas partes en la disputa, la cual implicaba la permanencia de la doncella Coré-Perséfone, por un tiempo con su madre y otra parte del tiempo con su esposo. Esta solución es la que simboliza el ciclo de las estaciones: Perséfone pasaría seis meses (o cuatro meses en otras versiones) en los infiernos y el resto del tiempo en la tierra con Deméter (otros relatos indican que pasaría dos tercios de ese tiempo con su madre y el último tercio con su esposo). Desde este momento en adelante, a la joven diosa se le llama “numen común de dos reinos”
Madre e hija celebraron juntas el acontecimiento de la reunión y la fecundidad volvió a la tierra. El tiempo que Perséfone pasa en el inframundo equivale al invierno en el mundo de los vivos, cuando resurge en primavera de ese submundo, todo florece manifestando la alegría de su madre. Este relato explica la muerte y el renacimiento anual inherente al ciclo de la naturaleza: cuando Perséfone está ausente, Deméter está demasiado triste para realizar sus obligaciones, pero a su regreso, Deméter trabaja con renovado vigor.
OTRAS CONSIDERACIONES
Entre los atributos que se asocian con Perséfone hallamos las espigas, la antorcha, la corona, la granada y los frutos. En un bajorelieve, que pertenece a una tablilla votiva, de finales del siglo VI e inicios del siglo V a. de C., que se encuentra en el Museo Nazionale, Reggio Calabria. Se representa al dios del inframundo con Perséfone a su lado, sentados en el trono con algunos de sus atributos distintivos en sus manos: la diosa lleva una espiga de trigo en su mano izquierda y un gallo en su mano derecha; mientras que el dios lleva un ramo de amapolas en su mano izquierda y un cuenco en su mano derecha. La espiga alude al papel original de diosa agrícola o de la naturaleza de Perséfone y, es además, un símbolo de la fertilidad y, por lo tanto, se refiere a su papel de dispensadora de vida, que preside la germinación; por su parte, el gallo, animal consagrado a ella, en la cultura griega antigua estaba considerado criatura de ultratumba, porque se le creía en contacto con las fuerzas oscuras, aquellas pertenecientes a las profundidades de la tierra. La amapola que tiene Hades en su mano alude al sueño de la muerte. Recordemos que antes del suceso del rapto, la doncella Coré recogía flores en un prado y se menciona la posibilidad de que dichas floras fueran amapolas, lo que puede indicar que ya de antemano, la Naturaleza o vida buscaba o deseaba el abrazo de la muerte. También se mencionan los narcisos que simbolizan lo efímero y la transitoriedad de la vida, y, por lo tanto, también la inminencia de la muerte.
Es interesante saber que a Hades se le llama en ocasiones Plutón (su equivalente latino), que deriva de la palabra griega que quiere decir riqueza. Entonces Hades es el poseedor de un tesoro enterrado, por lo que era considerado como el dios de la riqueza agrícola o natural. Un punto que confirma la relación indisoluble que existe entre el mundo de los muertos y el de los vivos, dado que este último hunde sus raíces en el anterior y estas raíces son las que extraen los nutrientes indispensables que permiten la vida provenientes del inframundo. Por lo tanto, Hades como poseedor de dicha riqueza natural, ejercía influencia en las cosechas y en los cultivos; de aquí que se haya casado con la hija de la diosa Deméter, de la siempre fructífera tierra, con Coré, la Naturaleza.
De lo dicho, podemos hallar aquí un paralelismo entre la naturaleza y el inframundo, mediante el cual la primera extrae su fuerza del segundo y este último a su vez se sostiene gracias la primera. El mundo de los vivos y el de los muertos, la naturaleza y el inframundo están indisolublemente relacionados la una al otro; dependen, para su respectiva existencia, la una del otro, por lo que no puede haber o existir una sin que ello implique así mismo la existencia del otro.
Fuentes bibliográficas consultadas:
- Cotterell, Arthur (2008). Enciclopedia de mitología universal. Parragon Books Ltd. Barcelona.
- García Gual, Carlos (1995). Introducción a la mitología griega. Alianza editorial. Madrid.
- Hope Monrieff, A.R. (1995). Mitología Clásica. M.E. EDITORES, S.L. España.
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- Julien, Nadia (2008). Enciclopedia de los mitos. SWING. España.
- Philip, Neil (1999). Mitos y leyendas. Guía ilustrada. Celeste Ediciones y Editorial raíces. Madrid: España.
- Varios autores (1996). Mitología. Guía ilustrada de los mitos del mundo. Editorial Debate. Madrid/China.
- Wilkinson, Philip (1999). Diccionario ilustrado de mitología. Héroes, heroínas y divinidades de todo el mundo. BLUME. España.
Fuentes de internet consultadas:
- Himno Homérico a Deméter, en Wikispaces classroom:
http://wikiatalanta.wikispaces.com/Himno+Hom%C3%A9rico+a+Dem%C3%A9ter.
- La metamorfosis:
http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/o/Ovidio%20-%20Metamorfosis.pdf.
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